Madrid, 10 de abril de 2010
Asunto: Comunicado informativo.
Estimado doctor:
Primeramente, aclararle que me dirijo a usted con el mero propósito de contarle un hecho pasado.
Mi nombre es 3ðèµ. Los apellidos son totalmente indiferentes debido al alto grado de confianza de su persona hacia mí. Quizá no me recuerde, pero sería delito que por mi parte, yo le hubiera olvidado a usted. Es más, nunca podría hacerlo. Fue la primera persona que conocí...No, no...en serio...no es de risa. Es lo que tiene ser médico en los paritorios.
Después de cumplir 23 años, me gustaría compartir superficialmente algunas de las experiencias que acontecieron cuando usted ayudó a traer esta bella vida al mundo bajo gritos del tipo:
"¡¡No!!¡¡No!!¡Ahora n...sí!¡Ahora...empuje!¡¡Venga!!...¡JODER!¡QUE FEO!"
Mi más sincera opinión es que usted es un cabronazo de los de verdad.
Supongo que ya tendrá una amplia experiencia a pesar de sus apenas 21 años de edad en aquel entonces. ¡Ahora hasta podríamos ser compañeros de universidad!
Mucha idea, mucho estudio...pero un pelín desorientado. ¿O es que no sabe de lo bien que uno está dentro del vientre de una madre? Lo tienes todo: estás calentito, tranquilo, no se estudia, se te da todo hecho...¿Quieres comer?...come, ¿quieres dormir?...duerme. Lo único que no te da para hacer muchos amigos, salvo aquellos que tocan por fuera la barriga de tu madre y dicen que diste una patada. ¡JE! Lo mismo se piensan que jugamos al fútbol...
A pesar de todo esto, usted no lo entiende y decide ir a meter la mano como un valiente a despertar al pobre crío. Desde mi punto de vista todo sucedió así:
Introdujo las manos para agarrarme la cabeza con la misma delicadeza con la que un jugador de bolos agarra un bolo, valga la redundancia. Su dedo índice derecho, cabronazo, me lo metió en el ojo. Me hizo tanto daño que, por si no recuerda, nací llorando de entrada. Me dolió tanto que pensé en morderle. Así hubiera sido si no fuera porque el dedo pulgar de la otra mano, misteriosa y delicadamente apareció dentro de mi boca. Por ello con toda mi rabia dije: "Ahora sí que sí. Te vas a quedar sin el susodicho dedo". Amarga fue mi venganza. Pero amarga de verdad, pues tu dedo sabía a mierda. Apreté los dientes con más rabia al son de: "Ésta es la mía" Cual fue mi sorpresa al darme cuenta que aún no tenía dientes.
A pesar de esto me alegro de no haber salido de nalgas. De primer plano, tocamientos, es decir, pedofilia. No gracias...
La segunda parte del parto fue bastante tirante. Usted me tiraba agarrando mi cabeza bajo unos gritos desgarradores:
"¡Sal maldito engendro!¡¡Sal de una jodid* vez!!"
Más tarde me dí cuenta que la persona que decía eso era mi madre. Entre resoplos de ella, conocí lo difícil que resultaba respirar. Dentro de mi madre, yo hubiera jurado que no tenía pulmones, pero fuera...que quiere que le diga...se hacía chungo...
Pero nada, usted dale que dale...tirando...sólo le falto decir alguna burrada como que estaba pegado con superglue. Fue entonces cuando la enfermera, asustada, se dio cuenta que lo que no le dejaba a usted seguir tirando más, era el cordón umbilical enrollado alrededor de mi cuello y que le empezaba a dar un color algo morado a mi rosada cara. ¡Sí! Ese cordón que nos une a la madre por el ombligo...exacto...ése mismo. El que tras cada tirón y tirón que daba ataba más a mi cuello y con más fuerza.
Ahí descubrí la regla de tres: El grado del tirón que usted daba era directamente proporcional a la longitud de mi lengua fuera de mi boca debido a la asfixia e inversamente proporcional a su inteligencia. De eso caí inmediatamente después de que la enfermera le advirtiera de mi nuevo color y la frase que usted exclamó: "¡Anda leches!¡Yo pensé que me estaba haciendo burla!"
Al minuto de nacer yo estaba hasta las narices de mi propio nacimiento. Mi madre ya no despoticaba contra mí. Sólo decía algo mentando al puto padre de alguien y que si dicha persona tuviera huevos, me hubiera parido él...De mi padre mejor no le hablo. Creo que mi madre lo dejó todo bastante claro.
Como ve, la relación de afectividad con mis antecesores paternales debido a su intervención no fue precisamente buena que digamos. Yo quise ser positivo, pensar que habíamos empezado con mal pie. Por ello fue que me decidí a mirarle a la cara. Enfrentar miradas. Fijamente, a los ojos de ese magnífico doctor...
Así habría hecho si no hubiera sido por su bizquera en el ojo derecho. Yo pequeño, en mi inocencia, le mirada al que más molaba: al que miraba para Albacete. Pero bueno, minucias.
Finalmente, decidió llevarme usted mismo a la incubadora. Pensé que había terminado todo, pero fue cuando tropezó consigo mismo debido a su cojera (que esa es otra) saliendo yo proyectado en el aire cual petardo es lanzado contra el suelo e intentando simular su sonido al reventar contra el suelo. Causé el mismo efecto: las enfermeras y enfermos pegaron un bote al oir mi cráneo partirse con las baldosas del suelo. Debido al "mini-sismo" provocado por mi leve interacción con el suelo, un armario cercano se movió dejando caer su peso sobre mí. Me sentí algo depre, grogi del todo y tras pasar por cuidados médicos...acabé en la incubadora.
Por último, señalarle que no le guardo ningún rencor cabronazo. No pongo en duda su profesionalidad, nadie nace enseñado (menos los que pasamos por sus manos...Yo, como puede ver, aprendí que nacer puede ser una puta mierda y que la vida te trata mal desde tu primer día). Me gustaría pensar que lo hizo lo mejor que pudo.
También expresarle mis servicios. Dentro de un par de años si Dios quiere, seré óptico-optometrista. Pásese por la óptica, charlamos un rato y veremos que podemos hacer con su estrabismo, cerdo asqueroso.
Y nuevamente, ahora en serio, muchísimas gracias.
Atentamente:
3ðeµ
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pobre de mi que empecé a leer este texto pensando que era un relato real T_T al final parece un monólogo de la Paramount jajajajajaja (ahora me dice: no, no mira que es todo cierto Ò_Ó)
ResponderEliminarmuy bueno ;)