domingo, 6 de julio de 2014

Avaricia karmática




Estamos de domingo en la tienda, no hay nada de movimiento.

La gran fiesta de ayer por Madrid ha traído marquesinas rotas, cristales desperdigados, niñatos en le metro a los que casi volarles la cara y algún que otro disgusto más...esto es Madrid, a veces.

Apoyado en la pared de la tienda, hablando con mi compañera de la tienda de al lado. Parece que queramos evitar que la pared se caiga. Ella es "lotera", repartidora de la gran felicidad millonaria. Algún minipremio ya dió por ahí. Un cliente aparece y se mete en su tienda. Yo me quedo parado, esperando a que termine para seguir hablando fuera.

Cuando el cliente sale y antes de que a mi amiga la de tiempo de salir fuera, otra señora se acerca preparando el monedero y un billete de lotería que trae. De repente, un papel rojo le vuela de las manos: un billete de 10 € al que le cuesta aterrizar en el suelo, tentador con su vuelo y haciendo piruetas mientras se retuerce en el aire. La señora ni se percata.

Amablemente la paro y se me queda mirando con cara de extraña. "¿Qué querrá éste?". La digo que se la cayó el billete y me agacho a recogerlo. Puedo ver que desconfía a pesar del ofrecimiento: su cara y la rapidez que se acerca al billete en un intento por adelantarse a mí la delantan.

Una vez que lo recojo y se lo devuelvo en la mano, me sonríe complacida y se dirige a pagar en la lotería. Tras terminar, sale y vuelve a sonreir. Mi amiga me pregunta si pasó algo. Se lo cuento y tenemos una pequeña charla existencial: "el karma te lo devolverá".

Sí, el karma. Ése otro gran chiste de la vida...

sábado, 5 de julio de 2014

Quiero comprarme un perchero




Alguna gente me pregunta si tengo perchero en casa. De esos tan monos (u horteras) en la entrada de casa: “Deberías comprarte uno”.

Yo no necesito perchero. Bueno, más concretamente hoy no, y mañana tampoco y si lo pienso, lo más probable es que pasado mañana tampoco lo necesite. ¿Por qué? Es fácil: con el unicornio que me ha salido en la frente  los invitados ya pueden colgar tranquilos los abrigos, strepteases horizontales (eso pocas veces los he visto), dominadas, flexiones y un largo etc, porque no es normal, de verdad que no es normal…

No…realmente no es así. No es un unicornio…son tres. Tres unicornios, de los cuales uno está superdesarrollado. Ahora soy un triceratops y no lo sabía…manda huevos.Y me queda un día larguísimo en el trabajo, atendiendo de cara al público. Me encantarán los comentarios de los niños: "Mamá, ¿este es herbívoro? ¿Dónde está el
Tyrannosaurus rex, mamá?"

Me lo intento tomar con humor. Yo les estoy poniendo nombre: Flappy es uno, Charlie otro. El más grandote es el que me está dando problemas…en todos los sentidos ¬¬. Quizás le llame Pegaso.

Voy a seguir trabajando...

jueves, 3 de julio de 2014

Lluvia de madrugada




6:10

Una descarga de gotas furiosas de madrugada. Como si nunca hubiera llovido y echándolo de menos.

Eso fue lo que me despertó hoy: tal era el sonido que hacían, la fuerza con la que caían, lo que me hizo abrir los ojos. El resto de minutos los pase despierto escuchándolas caer. En unos de esos minutos mi habitación se iluminó durante un segundo,entera y seguidamente, un relámpago atronador.

Nostálgico: cerrar los ojos arropado por este sonido.

Otro sueno sonaría más adelante sin haberse anunciado antes.Acabé por coger la cámara de fotos y salir a la terracita. Un frío me congeló los pies nada más abrir la puerta al exterior. El pantalón corto sustituyente del pijama no ayudaba demasiado. Fuera, unos chicos caminaban por la calle hacia un coche que los esperaba. Se metieron con prisa y arrancaron ante el aluvión que les acosaba. Ajeno a ellos, otro hombre caminaba, sin más...sólo caminaba de noche.

Mientras fotografiaba, otro relámpago iluminó la calle. Éste sonó más bajito, despertando a pocos, seguro. Una gota se coló entre los barrotes de la terraza y aterrizó estrepitosamente en mi pie. Al apartarlo, debido al frío de la gota, pise un charco hábilmente formado en ese rato de lluvia.

6:25

Y hoy el día está gris...en todos sus aspectos...demasiada casualidad tal vez.

Doy por terminado el espectáculo. Las gotas no son tan suicidas como antes, no estallan con la fuerza del principio. ¡Joder! ¡Hasta cuesta oír algo ahora! Volver al calor de la cama con un pie mojada fue glorioso. Dos relámpagos tímidos, la sombra del primero de todos...ridículos ellos, suenan.

6:30

Y es que fue breve. Breve, pero intenso.

Buenas noches a los que seguís durmiendo.

viernes, 4 de abril de 2014

La pieza que no encaja

En una mano descansa la pieza que falta. Únicamente queda encajarla en este puzzle interminable. Aún recuerda el hueco entre tanto gentío...en ese espacio que queda en el puzzle, al lado de la pieza que presenta cuatro extremidades asimétricamente y que intenta abrazar un espacio desnudo.


Distanciadas del resto, en la intimidad más oculta. Míralas: lo tienes delante de tuyo. Se escuchan entre ellas y abrazadas, intentan buscar la conexión que las une: “Éste es su dedo, ésta su mano...” Acariciándola el brazo, en una lenta ascensión hacia su hombro. Hacia arriba y hacia abajo, poniéndola nerviosa. Alcanza su cuello y se para a respirar sobre él. Lo besa. Vuelve a respirar. Se tomará todo el tiempo que precise. No hay prisa. En su intimidad.
La espalda al desnudo es otra excusa para perderse con sus dedos. Buscando el escalofrío en ella al rozar su columna desde la parte más baja de sí hasta el centro de sus omóplatos. Se pierde nuevamente entre ellos. Se estremece. Su otra mano la mantiene bajo su cara, masajeando el cuello y en un pequeño esfuerzo, con la punta de sus dedos, descubriendo los espacios ocultos tras sus orejas. Sabe que ella se perderá entre las caricias, las cosquillas suaves…complacientes, y los susurros. Los oídos han perdido gran capacidad de atención y sólo responden sutilmente a los sonidos.
Sus respiraciones intentando fusionarse es lo único que puede oírse. Respiraciones intentando encontrarse, de manera profunda con cada segundo que pasa. Cada vez más rápidas y menos sensibles, más fuertes...más seguras. Se empiezan a entender, a comprender. No se ahogan nerviosamente. Disfrutan la una de la otra. Absortos de los demás, encuentran su momento. Se mueven entre ellos. Las manos, lo único que estas pequeñas “piezas” pueden usar ahora, se contonean con la superficie del otro. Al abdomen, con un dedo en círculos sobre su ombligo, y donde un par de vueltas no serán suficientes. Por más que siga rodeándolo, ella no se mareará con estas vueltas continuas. Cierra los ojos, sonríe y suspira. De ahí toma la salida más próxima hacia las costillas con un tacto mayor. Contándolas y presionándolas levemente: “una, dos, tres”…Se pierde en la cuarta. Recuerda que las matemáticas nunca fueron su fuerte y le hace gracia perderse en ese número, dado lo familiar que le resulta. Se delata con una pequeña sonrisa y su compañera se da cuenta. En este momento, eso a ella le da igual. Concentrada con ese dedo perdido en su cuerpo, dirige su cuello hacia atrás, dejando completamente desnudo su cuello y su mentón.
Pero mira atrás…¿Qué ves? Las que brillan con luz propia: de colores. Expectantes. Las vigilan y no las dejarán tranquilas ahora. Estas dos piezas que intentan conocerse pertenecen a fotografías distintas. Ahora se dan cuenta. Se desdibujan. No encajan. Comienzan a separarse. ¿O es que no las ves? ¡No encajan! El mismo color, distintas puntas, distintas formas…distinto…distinto todo. Las diferencias no son malas, pero por más que intentan encontrarse, se dan cuenta que no encajan. Se separan y se miran como extrañas. Ni de una forma ni de otra. No es vergüenza, pero no volverán a mirarse a la cara en mucho, mucho tiempo. Quizás, demasiado…Tanto, que cuando se vuelvan a intentar perder en la mirada del otro, ya no se conocerán.
Y todo bajo los ojos de aquellas que brillan con luz propia.

domingo, 12 de enero de 2014

Próxima estación

¡Din, din, din, din!

 Próxima estación: Lago.

De camino a casa, en el metro, y con la cabeza apoyada intentando encontrar una posición cómoda al son del traqueteo del vagón. El altavoz anuncia una nueva estación, repitiéndose en su metodología. Las mismas voces, la de él y la de ella. Aunque es algo distinto...avisa de la nueva parada en un susurro, más bajo de lo normal:

Lago.

Y en eso pienso: en estar descansado, aislado del resto. Puedo verlo, también puedo oírlo: tranquilidad. De fondo, pequeños cantos de pájaros. Muy pequeñitos que no rompen con ese silencio. Tumbado en la hierba en desnivel, respiro hondo y fuerte. Me tomo todo el tiempo del mundo. Es puro. No sé donde puedo estar, pero lejos de Madrid. Lejos de cualquier ciudad: es la meta.
Sin prisa, miro a otro lado y rechazo ver el cielo. Es un cielo algo sucio en color, sin nubes: gris. Parece que fuera a traer lluvia, pero sé que no lo hará hasta que decida marcharme del lugar.

Me quedo un rato más. ¿Por qué no? Lo hago aguardando algo. Sin saber qué es y tras esperar varios minutos, miro a mis pies y me incorporo. El paisaje está rodeado de una pequeña niebla, en torno a un lago. A pesar de que ningún rayo de luz baña el agua, los reflejos de un sol inexistente hacen que brille. Cubierto a los lados por árboles cuyas hojas envuelven el paisaje en un arco perfecto.
Enmascarada en el paisaje,  invita entrar, a caminar por el agua y perderse entre los árboles. De dar lugar a esa huída que se busca desde hace tiempo y que se hace de rogar:

¡Din, din, din, din! Próxima estación...

Vale, ya es hora de levantarse.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Todos los perros van al cielo


- ¡Mamá, mamá!
- ¿Qué, hijo?
- ¿Sabes qué, mamá? Ya sé lo que quiero ser de mayor.
- ¿Y qué quieres ser de mayor, hijo?
- De mayor mamá, quiero ser fotógrafo.

Es mentira. Eso no fue así.

De pequeño quería ser bombero. En mi colegio y alguno más, tenían por costumbre organizar una excursión a los bomberos. Creo que fue con 7 años. Los edificios rojos, el camión de bomberos cada cual más grande que el anterior, las máscaras contra el humo...ese compañero de colegio que todos teníamos en nuestra clase, el rarito: el más desviado en todos los sentidos de la realidad, sólo miraba las hachas con una ojos desorbitados y sólo podías preguntarte qué pasaba por su cabeza en esos momentos. También estaban las bombonas de oxígeno. Aún recuerdo como el bombero que guiaba la excursión nos animó a ponérnosla: la más valiente fue una compañera etiopiana que gracias a su complexión y altura pudo sostenerla en su espalda no sin la ayuda del bombero. 

Los bomberos molaban: eran fuertes, simpáticos. Nada les hacia daño, ¡rescataban gatitos de los árboles! La sirena de bomberos sonó durante la visita y vimos como salían preparándose a toda prisa. ¡Bajaban por la barra de bomberos mientras alzabamos la mirada hacia arriba con la boca abierta! ¡¿Quién no quiere hacer eso durante la excursión?! ¡¿Quién?!

19 años después, llevo a todos lados esa máquina. Una cámara réflex de plástico. Plástico... y no por ello le quita peso. No hay más presupuesto para comprar una mejor. Quito el objetivo y pongo otro. Digo que sonrías, que cambies de postura y disparo: ¡CLICK! Me tiro al suelo y busco más a tu derecha...¡eso es! Quieta un momento...¡CLICK! Tengo hasta una tarjeta de presentación. En un momento de la sesión fotográfica, te relajas y te sientas a descansar. Es cuando ese niño pequeño se mezcla con el grande.

Los niños ven todo desde abajo, abrumados en un mundo de gigantes. Los árboles casi tocan el cielo, las personas me sacan más de una cabeza y desde mi altura, alzo las manos con la cámara y miro a través de lo que mis ojos me permiten: abro diafragma porque me gusta jugar con la poca profundidad de campo. Vuelvo a tirarme al suelo, mi gran amigo y aislo a una hoja caída de un árbol, que se agrieta y que se arruga, que se muere y se marchita. Al tocar uno de sus extremos se me deshace en la mano y la retiro, asustado de despedazarla. La dejo vivir en el suelo y enfoco. Sólo ella está nítida, sus compañeras son un cúmulo de puntos borrosos alrededor suya rodeándola en círculo. Es el reflejo de la realidad: hoy entiendo un poquito más...de cómo comunicar ese sentimiento. ¡CLICK! ¡CLICK! No me preocupo por tener que cargar un nuevo carrete: la tarjeta me avisa de que aún me quedan 227 fotos más. ¿No creo que los gaste en una hoja?

¡Mira el sol! ¡Me quedaré ciego por un momento! Los contraluces también me gustan pese a perder dioptrías por mirar directamente a esa luz brillante del cielo aniquila-visiones. ¡CLICK! Otra toma más para el bolsillo. "¡YA!"...la modelo me grita desde lejos para avisarme que ya está descansada, que podemos continuar con la sesión. No recuerdo haberme alejado tanto de ella...Volvamos al trabajo...

Puedo salvar los recuerdos de los demás. ¿Por qué no los míos? ¿Qué falla? Camino por la vida a tumbos, cojeando. Ahora es cuando me pongo a reflexionar: me doy cuenta de que no he podido salvar los recuerdos más que en mi cabeza...y ahí, poco a poco se desdibujan. Cada vez son más vagos. Me refiero a aquello que deseo guardar conmigo en un álbum de fotos: lo verdaderamente miportante. Por eso no soy fotógrafo. aún no puedo llamarme así y espero no poder hacerlo nunca. Odio esa palabra: FOTÓGRAFO. 

"¿Eres fotógrafo? ¿Haces fotos?"

No. No he aprendido a mirar a través del objetivo y todo son errores. En momentos como éste, me doy cuenta de que un profesional sí se habría dado cuenta de otras cosas. Las hubiera visto venir: yo, no.
Lo que estudio, aquello por lo que me formo, no sirvió para nada. Únicamente tenía que disparar el botón una vez más y colgar una foto en el corcho de la habitación. Pero no lo hice.

Los bomberos salvan vidas...yo no salvé nada. Quizá esté preparado para la próxima vez.

- ¡Mamá, mamá!
- ¿Qué, hijo?
- ¿Todos los perros van al cielo?

jueves, 21 de marzo de 2013

Un mago en el metro

Volviendo del trabajo, con una amiga. En metro. Se abren las puertas del vagón y entre los pasajeros, uno que ya conozco. No sé si él me reconocerá, pero da igual. Porta lo que parece ser un carro de la compra, ya sabéis, de estos con ruedas. La bolsa donde comúnmente metemos las cosas del mercado ha decidido alquilar su lugar a un amplificador de música. Un matojo de nudos. Mal atado con una cuerda y entre demás ideas: un maletín, el cual abre.

El hombre echa un pequeño discurso, presentándose y señalando el tan famoso "disculpen las molestias". Es rumano y chapurrea lo que puede graciosamente, al menos para mí. Ya metí la mano en la cartera. La última vez que le vi, no le di nada. Miro a mi amiga y le digo: "este hombre es bueno".
A pesar de que el vagón no está muy lleno, parece reservar el espectáculo a ella y a mí. Se dirije hacia nosotros en todo momento, a nadie más. Únicamente se despista de nuestras miradas en un momento, hacia otra chica más alejada.

Su número fue de magia. Haciendo pequeños trucos y sorprendiendo con ello. Interactúa con nosotros en un momento dado. A pesar de que ya es mi parada me quedo una más. Termina el espéctaculo. Esta vez fue muy breve, pero no es motivo para no darle el dinero. Me levanto y se lo doy en la mano antes de que apenas haya devuelto las cosas dentro del maletín. Cuando termina, el hombre pasa una pequeña chistera y nadie más le da nada, ni siquiera una mirada. Él sigue amable. Dirige su mirada hacia dentro del sombrero  y exclama: "¡¡200 €!!". Me mira y me sonríe. ¡Ojalá hubiera podido convertir mis 2 € en 200! En esas horas, ya más cercanos al día siguiente que lo que nos quedaba de éste, es de agradecer esa broma, ese humor y una sonrisa.

Me hace gracia que nos gustaría saber dónde está la trampa, "el truco", pero a la vez no queremos saberlo, pues es ahí donde realmente está la magia.

Un suspiro al final de un largo día. Mientras camino en los pasillos del suburbano, camino al siguiente trasbordo, voy pensando en el hombre y me hace esbozar una sonrisa.

Quizá ésa sea la verdadera magia...