¡Din, din, din, din!
Próxima estación: Lago.
De camino a casa, en el metro, y con la cabeza apoyada intentando encontrar una posición cómoda al son del traqueteo del vagón. El altavoz anuncia una nueva estación, repitiéndose en su metodología. Las mismas voces, la de él y la de ella. Aunque es algo distinto...avisa de la nueva parada en un susurro, más bajo de lo normal:
Lago.
Y en eso pienso: en estar descansado, aislado del resto. Puedo verlo, también puedo oírlo: tranquilidad. De fondo, pequeños cantos de pájaros. Muy pequeñitos que no rompen con ese silencio. Tumbado en la hierba en desnivel, respiro hondo y fuerte. Me tomo todo el tiempo del mundo. Es puro. No sé donde puedo estar, pero lejos de Madrid. Lejos de cualquier ciudad: es la meta.
Sin prisa, miro a otro lado y rechazo ver el cielo. Es un cielo algo sucio en color, sin nubes: gris. Parece que fuera a traer lluvia, pero sé que no lo hará hasta que decida marcharme del lugar.
Me quedo un rato más. ¿Por qué no? Lo hago aguardando algo. Sin saber qué es y tras esperar varios minutos, miro a mis pies y me incorporo. El paisaje está rodeado de una pequeña niebla, en torno a un lago. A pesar de que ningún rayo de luz baña el agua, los reflejos de un sol inexistente hacen que brille. Cubierto a los lados por árboles cuyas hojas envuelven el paisaje en un arco perfecto.
Enmascarada en el paisaje, invita entrar, a caminar por el agua y perderse entre los árboles. De dar lugar a esa huída que se busca desde hace tiempo y que se hace de rogar:
¡Din, din, din, din! Próxima estación...
Vale, ya es hora de levantarse.
domingo, 12 de enero de 2014
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