Estaba teniendo yo un despertar mañanero tranquilo en casa cuando mi mano izquierda, compartiendo mi sopa madrugadora , busca torpemente el interruptor de la bombilla de la mesilla:
*Click, click, click*
"Se habrá fundido. Voy a levantarme"
Así hago, comprobando inútilmente que la luz del pasillo, baño y cocina se unen a esta huelga delictiva...pero el general está intacto."Hmmm, this's suspicious...".
Mi pensamiento retarded de repente recuerda que nos iban a cortar la luz por mejoras en la instalación del edificio. Mola...
Me dispongo a salir hacia mi destino para recordar que vivir en un octavo a veces no es una ventaja. Comienzo a bajar las escaleras peldaño a peldaño...peldaño a peldaño...y ninguno se queda sin un recuerdo a la -CENSURADO- madre del -CENSURADO- electricista que decidió cortar la luz...
Todo esto comenzó y terminó a las 6:30. ¿Sería todo?
Tras el apagón de la mañana, se tenía previsto otro de 16:00 a 19:00 horas. Un apagón que nunca llegó…¿o sí?
* * *
Todo esto comenzó y terminó a las 6:30. ¿Sería todo?
Tras el apagón de la mañana, se tenía previsto otro de 16:00 a 19:00 horas. Un apagón que nunca llegó…¿o sí?
* * *
Tras llegar de “estudiar” y a pesar de la temprana proximidad a la hora prefijada, esto es, las 16:00 horas, me decidí a subir en ascensor, poniendo en un gran peligro mi vida a riesgo de quedarme atascado entre plantas. No, por favor, basta…No elogiéis todos a la vez. Llamadme valiente, porque lo soy: de pequeño me daban miedo los ascensores y la idea de quedarse dentro, parado, me daba auténtico terror.
Comí e inmediatamente salí a por unas calvas a una tienda de broma. Sí, calvas, de ésas que se ponen en la cabeza para simular calvicie. Cada uno tiene sus gustos, ése debe ser el mío. Superficiales…
Ya dada la hora y debido a que no habían cortado la luz, esta vez sí que bajé las escaleras pasito a pasito por si acaso. Que decir que el trayecto hasta la tienda fue corto y debido a que no tengo una barba frondosa, también compré barbas postizas de pirata para mi colección personal.
Con todo volví al hogar para fomentar los endebles músculos de mis piernas huesudas y en plena ascensión comprendí que vivir en un octavo no da para muchos amigos. La gente no sale como en los maratones que vemos en televisión a darte una palmada, ni una botella de agua pese a que tu lengua se sale de tu boca pidiendo un tiempo muerto. No…aquí no hay aplausos ni ánimos. ¡¡Ni siquiera un abucheo!! Sólo tú y tu enemiga: LA ESCALERA.
Pero ya era la tercera vez que subía en lo que iba de día. Estaba preparado para el reto, así que sólo por curiosidad, me puse a contar los peldaños…No debí hacerlo, craso error.
Si alguna vez pensáis hacer esto acordaros de la ley: “La escalera sangrante”.
Dicha ley establece lo siguiente:
“La sangre bombeada directamente a los gemelos de las piernas es directa e inmediatamente igual en valor a la que pierde tu cerebro por escalera subida”.
Esto es, que a piso subido, mi sangre no sabía repartirse correctamente entre el riego a mi cerebro para mantenerme consciente por el esfuerzo o dirigirla a los gemelos de mis piernas para que continuase subiendo.
Llegué al octavo. Casi con muerte cerebral por falta de riego, de oxígeno y de esperanza. No haré más apreciaciones al respecto.
Pero no acabó hay. La luz seguía encendida al llegar a mi casa y tenía una pequeña cita a la que ir. Mi siguiente episodio estaba a punto de desarrollarse.
* * *
Una hora y pico después me dispuse a salir, pero calculé mal. Lo primero mirar al reloj:
“Son las 18:05 y he quedado a las 18:15. Siguen sin cortar la luz…si bajo por las escaleras, mi amigo Murphy se ocupará de que corten la luz y me quede atascado, pataleando ylloriqueando avisando a gritos a los vecinos. El botón del timbre se joderá, seguro…Así que…Hmmmm…¡Mejor bajo andando!
¿ANDANDO? ¡¡RODANDO!! Las horas que eran ya y 8 pisos de escaleras no eran compatibles a la velocidad que las bajaba. Cuando salí del portal, otra carrera camino al metro sin parar. ¡Arriba esos 25 años! El metro puntual y un destino a sólo 2 paradas de mi punto de captura metril ayudaron a ser puntuales. Mi corazón empezaba a mostrar sus primeros síntomas de arritmia.
De vuelta, una vez en casa, todo me la pelaba. Subí en ascensor. Ya eran las 19:00, ¿no iban a cortar el suministro a esas horas cuando el sol ya está de cañas en un bareto, no?
Pues lo dicho, me dispongo a estudiar como un buen chico responsable. Las 19:10 y….¡¡SORPRESA!! Sí, lo sabéis. Se ve que los electricistas tiene una concepción de “parón para el bocadillo” bastante más amplio que los demás. Con las ganas que uno tenía de empollar y se lo impiden. ¡Mala gente!
“En fin, vamos a la papelería. Con el tiempo libre que le están imponiendo a uno, dan ganas de comprar cartulinas grandes y hacer papiroflexia…¡¡Pájaros!! ¡Pájaros de papel! ¡Uno gigante, monstruoso!”
Vuelvo a bajar las escaleras con mi madre como compañera de armas. Con la luz a oscuras. Ella delante por supuesto, para que avise si hay obstáculos en el camino. En mi defensa, destacar que la linterna la llevaba yo intentando iluminar las escaleras por delante suyo en la medida de lo posible. En el portal, nuestros caminos se separan:
- ¡Adiós hijo!
- ¡ Adiós mamá! Snif, snif.
- ¡No llores Marco, sé fuerte!
- No te vayas mamá, no te vayas de aquí. Adiós mamáááááááá, pensaremos en tiiiii. Espera, un momento. No me llamo Marco, mamá. Me llamo…
- Eres adoptado.
O_o
– Peroooooo….¿Mamá?
* * *
Fui a la papelería, compré la cartulina, casi me cargo el escaparate de la dependienta y huyo de nuevo a casa. Sacando las llaves hacia el portal, recuerdo que soy adoptado y que mi madre me dejó para ir a hacer sus cosas. “Vuelta p´arriba. ¡Ánimo piernas!” El edificio seguía tal como lo dejé, en una acojonadora oscuridad.
En una mano la cartulina, con la otra el móvil con una luz de mierda a modo de linterna. La gente que bajaba de otros pisos no lo hacían con linternas. El tamaño SÍ que importa. Ellos lo saben. Si no, ¿cómo explicar esas linternas tamaño XXXLL quemarretinas que llevaban?
Medio ciego, una vecina viejecita me para en el tercer piso para protestar sobre el apagón. Hablando con ella, la avisó que había un cartel en el tablón de abajo, en el portal, avisando del apagón. Pone cara de: “What the Fuck!?” y tras una huída disimulada, prosigo con mi escalada.
El móvil pita indicando una batería en proceso de muerte. Ruidos extraños se acontecen, ojos acechando en la oscuridad, los reporteros de REC salen corriendo entre gritos y lo peor de todo: un olor a pintura que te cagas. ¿No lo había dicho? Sí, porque ésa era otra. Llevan pintando unos dos días las paredes de los corredores del edificio.
Repasemos:
Oscuridad + Pintura atravesándote las fosas nasales + no tocar barandillas pringosas + Móvil chillando “Help me! I´m gonna die!” = Ponerse a llorar en 3, 2, 1…
* * *
Ya dada la hora y debido a que no habían cortado la luz, esta vez sí que bajé las escaleras pasito a pasito por si acaso. Que decir que el trayecto hasta la tienda fue corto y debido a que no tengo una barba frondosa, también compré barbas postizas de pirata para mi colección personal.
Con todo volví al hogar para fomentar los endebles músculos de mis piernas huesudas y en plena ascensión comprendí que vivir en un octavo no da para muchos amigos. La gente no sale como en los maratones que vemos en televisión a darte una palmada, ni una botella de agua pese a que tu lengua se sale de tu boca pidiendo un tiempo muerto. No…aquí no hay aplausos ni ánimos. ¡¡Ni siquiera un abucheo!! Sólo tú y tu enemiga: LA ESCALERA.
Pero ya era la tercera vez que subía en lo que iba de día. Estaba preparado para el reto, así que sólo por curiosidad, me puse a contar los peldaños…No debí hacerlo, craso error.
Si alguna vez pensáis hacer esto acordaros de la ley: “La escalera sangrante”.
Dicha ley establece lo siguiente:
“La sangre bombeada directamente a los gemelos de las piernas es directa e inmediatamente igual en valor a la que pierde tu cerebro por escalera subida”.
Esto es, que a piso subido, mi sangre no sabía repartirse correctamente entre el riego a mi cerebro para mantenerme consciente por el esfuerzo o dirigirla a los gemelos de mis piernas para que continuase subiendo.
Llegué al octavo. Casi con muerte cerebral por falta de riego, de oxígeno y de esperanza. No haré más apreciaciones al respecto.
Pero no acabó hay. La luz seguía encendida al llegar a mi casa y tenía una pequeña cita a la que ir. Mi siguiente episodio estaba a punto de desarrollarse.
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Una hora y pico después me dispuse a salir, pero calculé mal. Lo primero mirar al reloj:
“Son las 18:05 y he quedado a las 18:15. Siguen sin cortar la luz…si bajo por las escaleras, mi amigo Murphy se ocupará de que corten la luz y me quede atascado, pataleando y
¿ANDANDO? ¡¡RODANDO!! Las horas que eran ya y 8 pisos de escaleras no eran compatibles a la velocidad que las bajaba. Cuando salí del portal, otra carrera camino al metro sin parar. ¡Arriba esos 25 años! El metro puntual y un destino a sólo 2 paradas de mi punto de captura metril ayudaron a ser puntuales. Mi corazón empezaba a mostrar sus primeros síntomas de arritmia.
De vuelta, una vez en casa, todo me la pelaba. Subí en ascensor. Ya eran las 19:00, ¿no iban a cortar el suministro a esas horas cuando el sol ya está de cañas en un bareto, no?
Pues lo dicho, me dispongo a estudiar como un buen chico responsable. Las 19:10 y….¡¡SORPRESA!! Sí, lo sabéis. Se ve que los electricistas tiene una concepción de “parón para el bocadillo” bastante más amplio que los demás. Con las ganas que uno tenía de empollar y se lo impiden. ¡Mala gente!
“En fin, vamos a la papelería. Con el tiempo libre que le están imponiendo a uno, dan ganas de comprar cartulinas grandes y hacer papiroflexia…¡¡Pájaros!! ¡Pájaros de papel! ¡Uno gigante, monstruoso!”
Vuelvo a bajar las escaleras con mi madre como compañera de armas. Con la luz a oscuras. Ella delante por supuesto, para que avise si hay obstáculos en el camino. En mi defensa, destacar que la linterna la llevaba yo intentando iluminar las escaleras por delante suyo en la medida de lo posible. En el portal, nuestros caminos se separan:
- ¡Adiós hijo!
- ¡ Adiós mamá! Snif, snif.
- ¡No llores Marco, sé fuerte!
- No te vayas mamá, no te vayas de aquí. Adiós mamáááááááá, pensaremos en tiiiii. Espera, un momento. No me llamo Marco, mamá. Me llamo…
- Eres adoptado.
O_o
– Peroooooo….¿Mamá?
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Fui a la papelería, compré la cartulina, casi me cargo el escaparate de la dependienta y huyo de nuevo a casa. Sacando las llaves hacia el portal, recuerdo que soy adoptado y que mi madre me dejó para ir a hacer sus cosas. “Vuelta p´arriba. ¡Ánimo piernas!” El edificio seguía tal como lo dejé, en una acojonadora oscuridad.
En una mano la cartulina, con la otra el móvil con una luz de mierda a modo de linterna. La gente que bajaba de otros pisos no lo hacían con linternas. El tamaño SÍ que importa. Ellos lo saben. Si no, ¿cómo explicar esas linternas tamaño XXXLL quemarretinas que llevaban?
Medio ciego, una vecina viejecita me para en el tercer piso para protestar sobre el apagón. Hablando con ella, la avisó que había un cartel en el tablón de abajo, en el portal, avisando del apagón. Pone cara de: “What the Fuck!?” y tras una huída disimulada, prosigo con mi escalada.
El móvil pita indicando una batería en proceso de muerte. Ruidos extraños se acontecen, ojos acechando en la oscuridad, los reporteros de REC salen corriendo entre gritos y lo peor de todo: un olor a pintura que te cagas. ¿No lo había dicho? Sí, porque ésa era otra. Llevan pintando unos dos días las paredes de los corredores del edificio.
Repasemos:
Oscuridad + Pintura atravesándote las fosas nasales + no tocar barandillas pringosas + Móvil chillando “Help me! I´m gonna die!” = Ponerse a llorar en 3, 2, 1…
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Llego al octavo y a mi hogar, oh dulce hogar.
Comienzo la evaluación. Tengo que escribir todo lo acontecido esta tarde ya, tengo mono. Pero no veo una mierda, siguen sin dar la luz del edificio. Buscando fuentes de luz alternativas:
¿Móvil? Imposible, se apagó. Estoy de momento a oscuras, palpando los cajones en busca de algo. Encuentro una lamparita pequeña, circular. Al menos eso parece al tacto, ya que no veía ni guarra. Se agarra fácilmente con una sola mano y es ligera. La pongo sobre la mesa y la enciendo…No tiene pilas. Voy al mando de la Wii, saco las suyas, busco de nuevo la lamparita y por error meto los dedos en un cenicero lleno de colillas: “¡Ouuuuuu yeah!” (Nota mental: Próximos ceniceros a comprar, que sean rectangulares o cuadrados). Localizo correctamente la lámpara, ahora sí. Las pilas son demasiado grandes. Busco un reloj en mi cuarto y lo violo por detrás (le quito la tapa del compartimento de las pilas, mal pensados…). Me ayudo de sus baterías y finalmente consigo encender la dichosa lámpara.
Y aquí estoy, escribiendo en soledad. Con mi mano derecha escribo un boceto en un folio en lo que antes era el borrador de un Word. En la mano izquierda, sujeto la frágil lamparita. La miro y la sonrío. Ella no me falla. Un reloj se sacrificó para que ella pudiera iluminar. Tiene una misión dura y lo sabe. No piensa faltar al sacrificio de su compañero del tiempo.
Solos la lamparita y yo. Solos. De mis ojos nacen pequeñas lágrimas que recorren mis mejillas, haciendo puenting al llegar al borde de mi mentón. ¿Cómo ha podido ocurrir todo esto? ¿Llegar a este estado?
Como conclusión final, un pequeño cálculo que os invito a hacer conmigo:
PISO DESTINO: OCTAVO.
PELDAÑOS POR PISO: 14.
NÚMERO DE VECES QUE SE USARON LAS ESCALERAS: 6.
14 PELDAÑOS X 8 PISOS = 112 PELDAÑOS.
112 PELDAÑOS X 6 SUBIDAS/BAJADAS = 672 PELDAÑOS.
672
¡Ése es el número total de peldañitos de los flsgsdlifghsdñotghs en un día subidos en mi edificio.
Y ahora, si me perdonáis, voy a encender la luz que parece que ha vuelto en la calle…probaremos suerte.
Esta noche al dormir no contaré ovejitas. Contaré peldaños, que de ésos, tengo para aburrir.
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