martes, 18 de enero de 2011

El Juicio



Hace acto de comparecencia en la sala su honorable jueza: La Parca.

Vestida de negro, como viene siendo habitual. En la mano ya tiene preparada su querida compañera: la guadaña. En esta ocasión ha decidido dejar el martillo en casa.
Nadie cuestionará su autoridad y ni mucho menos se atreverá a dar un ladrido al aire. Si es así, nuestra amiga no dudaría en emplear su pequeña cuchilla.

En la sala también presente el acusado. Su nombre parece importarle poco a todos a excepción de sus familiares.
Moreno, ojos oscuros y de grandes orejas. Atento a todo pero sin posibilidad alguna de protestar.
Se trata de alguien con abundante vello corporal, ni una zona al descubierto, ni una calva.
Tampoco sabe por qué está ahí, simplemente fue llevado a prisión pocas horas antes sin previo aviso, arrebatándole la tranquila estancia en su casa.
Últimamente se encontraba bastante apagado y esta situación no era sino un aliciente más para dejarse caer sobre el suelo y no volver a levantarse más.
El sujeto se distancia del canon habitual: Tiene cuatro patas.

Los familiares se encuentran detrás suyo, entre los bancos. Lo único que pueden hacer es mirarse los unos a los otros con rostros angustiados. La impotencia de no tener el control en tus manos y de no saber cómo acabará todo se hace participe en sus caras.
Se intercambian miradas con el acusado. Un acusado aparentemente inocente, incapaz de cometer el mínimo acto de maldad.
La familia confía en el defensor, Javier.

Javier era veterinario y su gran capacidad intelectual le había permitido ir siempre un paso por delante de todos. En su humildad, nunca defendió una injusticia. Jamás. Se basaba en su propio código de honor: “La justicia ha de ser justa”.

Siempre pensó que toda persona tenía que ser defendida, pero era contrario defender a un asesino que no tuviera intención de arrepentirse o cambiar su vida, sus actos. Nunca mintió en un juicio y como en su verdadera profesión la posibilidad de éxito nunca era del todo cierta. Su habilidad con el bisturí era igual de buena que con sus palabras...pero la decisión final recae en ella: La señora Muerte, cadavérica, la cual parece tener más que clara la sentencia final.

Javier da pequeños sorbos a un vaso que se va vaciando conforme pasa el tiempo. Los minutos no pueden ser más largos cuando de ti depende salvar a una persona.
Mira a su lado izquierdo. En el otro lado de la sala otro enemigo. Si ya de entrada lidiar con La Muerte no fuera complicado todavía hay otra persona que sudará sangre para terminar de hundir al acusado con argumentos falsos.

Finalmente, La Parca golpea con el extremo de la guadaña en el suelo. Todos quietos, el juicio acaba de comenzar.
La jueza solamente necesitó tres movimientos:



El primero dar la palabra a Javier. Nada más dar éste su versión de los hechos, La Parca lo manda callar impositivamente.



El segundo movimiento no requiere de la participación del acusador hacia el acusado. La jueza sola determina la sentencia final. Otorgar la palabra al abogado defensor fue sólo un absurdo: No se puede escapar del plan de la Muerte.
Golpea nuevamente en el suelo y nombra al acusado en voz alta:

“Tu destino está decidido: tu muerte”

Gritos inmediatos mezclados con llantos. Los guardias han de intervenir conteniendo el gentío Es en toda regla una injusticia.
Javier trata inútilmente de protestar, sus palabras caen en un vacío profundo. No puede hacer nada por el chico…Y ni siquiera cometió delito alguno...
Los familiares alzan todo tipos de insultos a la jueza. Ésta sólo rie. Cada vez más alto, diabólica y ensordecedoramente.
Se producen golpes fuertes y una gran brecha se abre en el suelo. De lo más profundo surge una mano entre llamas. El mismo diablo viene a llevarse al acusado. Violentamente sale del subsuelo y mirándo fijamente al acusado, deja entrever una sonrisa malvada. Las pezuñas de sus pies resuenan en el suelo mientras se dirige hacia su víctima.

La víctima no puede moverse, está débil...cansada. Los familiares son retenidos entre empujones y golpes. Sólo uno de ellos, el padre, logra zafarse de los guardias y abrazar al acusado.
Un amigo, un hijo. Uno de la familia.
Los segundos rodeándolo con sus brazos no pueden pasar más rápidamente.

El diablo interrumpe y agarra al padre. Lo levanta en el aire y lo zarandea a la vez que se divierte al demostrar la fragilidad del ser humano. Lo lanza al final de la sala y con su otra mano, alcanza al acusado y lo arrastra hacia el destino elegido.
No tiene prisa en llevárselo. Parece disfrutar oyendo los llantos de la gente por el premio que se lleva entre las manos. Antes de volver al mismo infierno, sonríe nuevamente a La Parca.

Finalmente, se lanza al agujero junto al imputado.



Ahora todo es silencio.
Solamente queda por verse el tercer y último movimiento de la jueza: Golpeará en lo que será un odioso ruido contra el suelo:

“ Se levanta la sesión”

Dicho esto, se retira entre las sombras y desaparece.


Entre los familiares un niño reniega de que todo haya sucedido realmente. Quiere pensar que todo fue una pesadilla. No le dieron oportunidad de defenderse.
Las palabras de Javier no se tuvieron en cuenta en ningún momento y ni siquiera Dios vino a mediar por nadie.

Este chico sólo se pregunta qué fue por lo que acusaron a su querido amigo. Llega a una conclusión...Una única conclusión:


Vivir


La misma vida que el acusado y el chico vivían y compartían juntos es concebida ahora como una enfermedad. Se considera la vida como un delito ya que en cualquier momento y sin previo aviso, alguien se termina llevando todo lo que nos importa.

La pena se convierte en rabia y ésta a su vez, milagrosamente en esperanza. El arma que queda cuando todo lo demás está perdido, la esperanza por vivir...la esperanza por disfrutar.

Se extiende la manga de la chaqueta y con ella se limpia las lágrimas que le caen por las mejillas. Sonríe.

Es hora de mirar adelante y vivir la vida que a otros se les ha visto negada.
Aún en la soledad el alma de su amigo estará junto a él, inseparables.



Vive.

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