viernes, 4 de abril de 2014

La pieza que no encaja

En una mano descansa la pieza que falta. Únicamente queda encajarla en este puzzle interminable. Aún recuerda el hueco entre tanto gentío...en ese espacio que queda en el puzzle, al lado de la pieza que presenta cuatro extremidades asimétricamente y que intenta abrazar un espacio desnudo.


Distanciadas del resto, en la intimidad más oculta. Míralas: lo tienes delante de tuyo. Se escuchan entre ellas y abrazadas, intentan buscar la conexión que las une: “Éste es su dedo, ésta su mano...” Acariciándola el brazo, en una lenta ascensión hacia su hombro. Hacia arriba y hacia abajo, poniéndola nerviosa. Alcanza su cuello y se para a respirar sobre él. Lo besa. Vuelve a respirar. Se tomará todo el tiempo que precise. No hay prisa. En su intimidad.
La espalda al desnudo es otra excusa para perderse con sus dedos. Buscando el escalofrío en ella al rozar su columna desde la parte más baja de sí hasta el centro de sus omóplatos. Se pierde nuevamente entre ellos. Se estremece. Su otra mano la mantiene bajo su cara, masajeando el cuello y en un pequeño esfuerzo, con la punta de sus dedos, descubriendo los espacios ocultos tras sus orejas. Sabe que ella se perderá entre las caricias, las cosquillas suaves…complacientes, y los susurros. Los oídos han perdido gran capacidad de atención y sólo responden sutilmente a los sonidos.
Sus respiraciones intentando fusionarse es lo único que puede oírse. Respiraciones intentando encontrarse, de manera profunda con cada segundo que pasa. Cada vez más rápidas y menos sensibles, más fuertes...más seguras. Se empiezan a entender, a comprender. No se ahogan nerviosamente. Disfrutan la una de la otra. Absortos de los demás, encuentran su momento. Se mueven entre ellos. Las manos, lo único que estas pequeñas “piezas” pueden usar ahora, se contonean con la superficie del otro. Al abdomen, con un dedo en círculos sobre su ombligo, y donde un par de vueltas no serán suficientes. Por más que siga rodeándolo, ella no se mareará con estas vueltas continuas. Cierra los ojos, sonríe y suspira. De ahí toma la salida más próxima hacia las costillas con un tacto mayor. Contándolas y presionándolas levemente: “una, dos, tres”…Se pierde en la cuarta. Recuerda que las matemáticas nunca fueron su fuerte y le hace gracia perderse en ese número, dado lo familiar que le resulta. Se delata con una pequeña sonrisa y su compañera se da cuenta. En este momento, eso a ella le da igual. Concentrada con ese dedo perdido en su cuerpo, dirige su cuello hacia atrás, dejando completamente desnudo su cuello y su mentón.
Pero mira atrás…¿Qué ves? Las que brillan con luz propia: de colores. Expectantes. Las vigilan y no las dejarán tranquilas ahora. Estas dos piezas que intentan conocerse pertenecen a fotografías distintas. Ahora se dan cuenta. Se desdibujan. No encajan. Comienzan a separarse. ¿O es que no las ves? ¡No encajan! El mismo color, distintas puntas, distintas formas…distinto…distinto todo. Las diferencias no son malas, pero por más que intentan encontrarse, se dan cuenta que no encajan. Se separan y se miran como extrañas. Ni de una forma ni de otra. No es vergüenza, pero no volverán a mirarse a la cara en mucho, mucho tiempo. Quizás, demasiado…Tanto, que cuando se vuelvan a intentar perder en la mirada del otro, ya no se conocerán.
Y todo bajo los ojos de aquellas que brillan con luz propia.